¡¡Hola amigos de dos patas!!
Hoy me toca una historia silenciosa pero triste.
Cuando llega el verano, todo se llena de planes. Terracitas, playas, viajes, cervecitas frías, promesas de descanso. Las maletas se hacen solas y las agendas se llenan de “nos vemos después del puente”. Pero, entre tanto plan, hay perros que se quedan detrás de una ventana… esperando.
No ladran. No destrozan. No molestan.
Simplemente esperan.
Yo tuve suerte. Nano nunca me dejó atrás. Si él se iba, yo también. Y si no podía llevarme, se las apañaba para que alguien que me quisiera estuviera conmigo. Pero no todos los perros tienen esa suerte.
He olido historias de perros que ven cómo su familia prepara la maleta, recoge las toallas de la piscina y llena el coche de crema solar y sombreros. Ellos se acercan al umbral de la puerta con la ilusión rebotándoles en el rabo, sin saber que esa vez no los van a llevar.
Y entonces se cierra la puerta.
Y no vuelve a abrirse en muchos días.

Algunos se quedan con agua, pienso y una vecina que sube “cuando puede”. Otros acaban en una residencia. Y los menos afortunados… bueno. No quiero contar eso. Hoy no.
Yo no quiero regañar a nadie. No soy quién. Pero sí quiero que pensemos juntos. Porque cuando el verano llega y todo se relaja, también se relaja nuestra atención sobre lo que importa. Y nosotros, los perros, a veces nos volvemos… invisibles. Como si, al subir la temperatura, se evaporase el vínculo.
Pero no desaparecemos. Seguimos ahí.
Esperando.

No necesitamos vacaciones en Bali. Solo necesitamos estar contigo.
Un paseo corto al anochecer.
Un cuenco fresco con hielo y un “¿cómo estás, bicho?”.
Una siesta cerca. O un helado de sandía compartido en silencio.
No es mucho. Pero cuando nos lo das, lo es todo.
Y si no puedes dárnoslo tú, al menos asegúrate de que otro humano lo haga por ti. Uno que nos mire, nos toque, nos hable. Porque aunque nos veas fuertes y pacientes, nosotros también nos rompemos por dentro. Solo que lo hacemos en silencio.
Este verano, abre la puerta antes que la maleta.
Mira a tu perro a los ojos. Pregúntale si quiere venir.
Y si no puede… haz que sienta que sigue importando.
Eso, amigos de dos patas… eso ya es mucho.
¡¡Lametones suaves y largos como los atardeceres de julio!!