¡¡Hola amigos de dos patas!!
Hoy vengo a hablar de un tema que seguro que os va a hacer pensar: ¿es posible dar demasiado cariño a un perro?. Nosotros, los peludos, adoramos que nos queráis, que nos abracéis y que nos miméis, pero hay algo que muchos humanos olvidan: el amor también se demuestra poniendo normas.
Cuando nos llenáis de caricias, nos dejáis hacer lo que queramos y nunca nos ponéis límites, no es que os amemos menos, pero sí que puede ser un problema. Porque, al igual que los humanos, nosotros también necesitamos estructura y orientación para sentirnos seguros. El cariño sin normas puede hacernos inseguros, ansiosos e incluso llevarnos a comportamientos problemáticos.
Imaginad que un niño pequeño puede hacer lo que quiera, que nadie le enseña qué está bien y qué está mal. Puede parecer muy feliz al principio, pero con el tiempo se volverá inseguro porque no sabe qué esperar de su entorno. Pues a nosotros nos pasa igual. Si no tenemos normas claras, podemos terminar estresados, frustrados o incluso siendo desobedientes sin quererlo.
El problema es que muchos humanos confunden el poner límites con ser duros o fríos con nosotros, y nada más lejos de la realidad. Una educación equilibrada significa combinar amor con estructura, normas con cariño, confianza con seguridad. No se trata de gritar ni de castigar, sino de enseñarnos con paciencia y consistencia qué esperamos el uno del otro.
Os voy a contar una anécdota con Nano, mi mejor amigo de dos patas. Yo soy una perra muy lista y sé abrir la nevera para cogerle una cerveza y llevársela. Al principio, cada vez que lo hacía Nano se reía y me daba una caricia. Claro, ¡yo pensaba que era un juego divertido! Hasta que un día, en vez de cogerle la cerveza, decidí que también podía probar a cogerme algo para mí… ¡y vaya si lo hice! Me llevé un queso entero y me lo zampé. Nano no se enfadó, pero sí entendió que tenía que ponerme una norma clara: solo abrir la nevera cuando él me lo pidiera. Y así lo aprendí, porque el cariño no es solo reírse de las travesuras, sino enseñar lo que está bien y lo que no.
Lo mismo pasa con las rutinas. Si cada día comemos a una hora diferente, si un día podemos subirnos al sofá y otro no, o si a veces podemos tirar de la correa sin consecuencias, nos confundimos. Necesitamos coherencia para entender qué es lo que esperáis de nosotros. Y, cuando las reglas son claras y justas, nos sentimos más tranquilos y relajados, porque sabemos cómo actuar en cada situación.
Además, hay algo que muchos humanos no entienden del todo: el entrenamiento de obediencia no es solo para que hagamos trucos o seamos más manejables, sino que realmente nos hace felices. Aprender comandos y seguir instrucciones fortalece nuestro vínculo con vosotros, porque trabajamos juntos y nos sentimos útiles. Cada vez que nos pedís algo y lo hacemos bien, nos sentimos orgullosos y reforzamos la conexión que tenemos.
Un perro que recibe un entrenamiento adecuado no solo es más equilibrado, sino que también se siente más seguro. Sabemos que cuando nos dais una orden es porque nos estáis guiando, no porque queráis imponeros. Si nos enseñáis con paciencia y refuerzo positivo, no solo aprendemos más rápido, sino que también disfrutamos del proceso. Un «¡muy bien!» acompañado de una caricia o una golosina nos motiva a seguir aprendiendo y hace que cada sesión de entrenamiento sea un momento de conexión y diversión.

Además, la obediencia nos ayuda a afrontar mejor el mundo que nos rodea. Si sabemos quedarnos quietos cuando nos lo pedís, no correremos hacia la carretera en un descuido. Si aprendemos a caminar sin tirar de la correa, los paseos serán mucho más agradables y relajados para ambos. Y si sabemos acudir a la llamada, podremos disfrutar de mayor libertad sin que haya riesgos. No se trata de convertirnos en robots que obedecen sin pensar, sino de aprender a convivir en armonía con vosotros y con nuestro entorno.
El secreto del equilibrio entre amor y normas es entender que no son opuestos, sino que van de la mano. Poner normas no significa querer menos, significa querer mejor. Nos ayuda a crecer seguros, a entender el mundo y a relacionarnos de forma armoniosa con vosotros y con nuestro entorno. Así que, dadnos todo el cariño del mundo, pero recordad que también necesitamos vuestra guía.
Cuando nos enseñáis con cariño y paciencia, nos sentimos más cerca de vosotros, porque entendemos que nos queréis y que nos protegéis. La confianza mutua es la base de cualquier relación, y el entrenamiento es una herramienta clave para reforzarla. Un perro bien educado es un perro feliz, y un humano que nos dedica tiempo y esfuerzo para enseñarnos, también lo es.
Porque un perro que sabe qué esperar de su humano es un perro feliz. Y un humano que nos enseña con amor y paciencia, es un humano que tendrá el mejor compañero de vida a su lado. El amor no está en dejar que hagamos lo que queramos, sino en enseñarnos a vivir juntos de la mejor manera.
¡¡Lametones a todos!!